Daños colaterales
Emilio PalacioSi no hubo ningún intento de golpe de Estado, ¿qué fue lo que ocurrió entonces el 30 de septiembre? Luego de leer y escuchar todas las versiones que pude, este es mi resumen:
La tarde del 29 de septiembre, la Asamblea Nacional discutía el veto del Presidente de la República a la Ley de Servidores Públicos. Varios asambleístas del Gobierno habían expresado previamente su rechazo al veto porque no querían afectar a la Escolta Legislativa. Pero el Presidente insistió. Les mandó a decir que el veto debía ir como él lo redactó, y por si acaso, se hizo filtrar a la prensa el dato de que estaba listo el decreto para convocar a la Muerte Cruzada.
Al saberlo, los descontentos de Alianza PAIS se alinearon y el veto entró en vigencia.
La sesión había terminado, así que los policías se fueron a sus cuarteles. Estaban muy enojados con Alianza PAIS y con sus mandos superiores, que les aseguraron hasta último momento que ni la nueva ley ni el veto los perjudicaría.
Al día siguiente, los más furiosos comenzaron a quemar llantas en las afueras del Regimiento Quito Nº 1. Querían que la prensa conozca la burla de la que habían sido objeto. Lo único que no previeron es que aparecería por allí el mismísimo Presidente de la República. Al verlo, su primera reacción fue prohibirle el ingreso. Que se largue, vociferaron. Pero él insistió. Así que lo dejaron hablar. Mátenme si se atreven, les gritó. Nadie apretó el gatillo, pero sí le pegaron, le arrojaron gases y lo insultaron.
Los guardaespaldas de Correa lo condujeron entonces al Hospital de la Policía. Allí, según el Presidente, no lo quisieron dejar entrar y le pusieron candado a la puerta, pero uno de sus guardaespaldas sacó su pistola y consiguió que ingresara.
Cuando se enteraron los policías de que el Presidente estaba allí, se apostaron en los alrededores para impedirle que abandone el lugar sin dejarles primero algún papel que diga que no perderían sus beneficios.
Así pasó el Primer Mandatario el resto del día, en la cama de un hospital, rodeado de policías enojados que nunca lo agredieron.
Recibió a sus ministros, habló por teléfono, hizo declaraciones a la prensa, se comunicó con su familia, firmó decretos, comió, atendió a un par de delegaciones de policías que (conteniendo su ira) le expusieron sus molestias, les contestó que no, se bañó y se volvió a vestir de terno y corbata, listo para salir.
Al caer el sol, los policías, que nunca se imaginaron todo lo que habrían de pasar, concluyeron que era inútil seguir esperando. El Presidente no cedería, era obvio. Así que, en parte resignados, se formaron y le mandaron a decir que lo esperaban para escoltarlo.
Correa desconfió. ¿Y si se trataba de una trampa?
Ordenó entonces el plan B. Decenas de soldados, armados con fusiles de alto calibre, mira láser y visores infrarrojos rodearon el hospital. Alguien dio instrucciones de que ingresara primero el GIR. “Son policías, a ellos no les van a disparar”.
Efectivamente, los del GIR subieron hasta el tercer piso, donde le anunciaron al Primer Mandatario que ellos lo escoltarían. Correa se preparó para bajar. Y entonces se escuchó un disparo. ¿Algún uniformado nervioso? Nadie lo sabe. El caso es que comenzó la balacera.
El Presidente salió ileso y se fue a celebrar. Murieron varios ciudadanos, no solo policías y soldados, también civiles. Pero es algo que se considera “normal” en cualquier batalla.
En la jerga militar los llaman “daños colaterales”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario