Las mafias tienen palancas
El lunes el Presidente aseguró que el delito se ha extendido en Guayaquil por culpa del modelo económico y las desigualdades sociales.
Yo no lo veo así.
Las grandes mafias no operan en Guayaquil por la pobreza sino por el intenso movimiento comercial de esta ciudad, que ofrece la tasa de rentabilidad más alta posible para cualquier inversión criminal. Negocios son negocios.
Quizás en algunas ciudades que el Presidente conoce el delito no esté haciendo sufrir del mismo modo, pero en Esmeraldas, Manta o Santo Domingo el dolor que causa es inmenso.
El auge actual de la delincuencia no se debe a condiciones sociales sino a la impunidad. Las mafias que nos acosan tienen armas, tecnología, sicarios y muchísimo dinero, pero sobre todo la ayuda de algunos policías, jueces, fiscales, gobernadores, intendentes y diputados que trabajan para ellos las 24 horas del día.
Los asaltantes que hacen temblar a los ecuatorianos del siglo XXI no son necesariamente pobres ni desempleados. Algunos son aniñados, otros son admiradores de las FARC, andan muy bien vestidos, disponen de recursos y son influyentes. Casi nunca acaban en la cárcel.
En los barrios pobres también hay mafias, pero allí se cumple la misma regla de que progresan los que tienen contactos políticos. Por ejemplo, los que trabajan para traficantes de tierras con acceso a las altas esferas del poder.
La impunidad fortalece los contactos internacionales de las mafias, que hoy cruzan la frontera y transfieren dinero sin ningún control, porque los controles desaparecieron y porque durante varios meses rompimos toda colaboración con Colombia. Recientemente se ha querido reimplantar los controles, pero solo en el ámbito militar porque la Policía está demasiado desarticulada para hacerlo.
Pasar un tiempo (siempre breve) en la cárcel, ya no es un inconveniente insoluble para las mafias. Hoy desde las cárceles se dirigen las mayores mafias del país; y de ser necesario, las boletas de libertad se pueden perder en la Intendencia de Policía.
Muchos policías honestos arriesgan su vida para cerrar esta casa del horror, pero la tropa todavía vive mal, come mal y duerme mal (a pesar de que Lucio Gutiérrez y Alfredo Palacio subieron los sueldos). No hay suficientes incentivos morales. Una trayectoria profesional impecable no es garantía de éxito, porque la lealtad política se valora más que cualquier otra virtud. El oficial más corrupto podría llegar a las cumbres si hace la jugada política adecuada en el momento adecuado.
Para combatir a las mafias se requiere de medidas más serias que la de quejarse de las desigualdades sociales del país que uno gobierna. La más urgente e importante de esas medidas sería entregarle de inmediato la competencia de la Policía a los municipios y provincias. Pero este espacio resultó demasiado corto así que dejaré el análisis de tal propuesta para otra oportunidad.