domingo, 7 de noviembre de 2010

Presidente, murió mi hijo

Carta de un padre a Rafael Correa

Presidente, murió mi hijo

Señor Presidente, mi hijo Vicente Francisco Sarmiento Ledesma, fue asesinado el 8 de octubre del 2010 con una sobredosis de escopolamina, por uno de las decenas o centenas de grupos que se dedican a robar o matar impunemente en nuestro país.

Vichito, como lo llamaba, tenía 24 años de edad y era, además de un ferviente estudioso de la filosofía, un incansable investigador de Roma, Grecia y Egipto; lector empedernido de Martin Luther King, Malcon X, y de todos aquellos que hablan de libertad. Pero, además, se constituyó en uno de los defensores más brillantes que usted pueda tener, explicando mejor que sus ministros y círculos de asesores, la necesidad no solo de aceptar los cambios de la revolución ciudadana, sino también de impulsarlos, pues consideraba que eran sinceros y sus efectos provechosos para todos los ecuatorianos. Me gustaba oír con silencioso orgullo la capacidad que tenía para defender su obra vial, su obra educativa y de salud, y disculpar inteligentemente lo que aún falta en vivienda y empleo, quitándole toda la responsabilidad a su Gobierno; sin embargo, me encantaba cómo evitaba el tema de la seguridad, pues sabía de su deficiencia y la imposibilidad de defenderlo. Hoy su muerte me obliga a hacer una analogía con una frase de Bertolt Brecht, primero mataron a los hijos de los más pobres y no me importó..., ahora lo mataron a mi hijo. pero es demasiado tarde. Pero no quisiera que fuera demasiado tarde para las demás familias ecuatorianas que todos los días pierden a un ser querido por la falta absoluta de seguridad a la que están expuestos y condenados. La muerte de mi hijo me ha despertado de un letargo de insensibilidad, y me obliga a pedirles a todos los ecuatorianos que despierten de una actitud desalmada y cruel, frente a la defensa del único patrimonio que debe ser defendido sin escatimar ningún esfuerzo: la vida.

Usted conoce, señor Presidente, que ni uniendo los capitales de todos los hombres más ricos del mundo, puedo comprar la vida de mi hijo, lo que me lleva a la inexorable necesidad de pedirle, de suplicarle –si es necesario– que cuide sin miramientos, sin limitaciones, sin egoísmo o pasiones, la vida de los ecuatorianos.

Sé la importancia de las carreteras, de las casas, de la salud, y de la educación, pero sin seguridad ninguna de estas tiene sentido o valor. Inicialmente lo culpé a usted de la muerte de mi hijo, luego de unos minutos de reflexión me di cuenta que no era así, pues la inseguridad también ha golpeado a sus puertas, como el caso del jueves 30 de septiembre del 2010; y esto ocurre porque las personas a las que usted les ha entregado el legado más importante que puede tener un ser humano, que no es otro que el custodiar la vida de otros, han fallado en extremos inaceptables, pues sus blandas e ineficientes políticas contra el crimen lo han convertido –contra su voluntad– en cómplice de la inseguridad, ya que cooperar pasivamente con el sistema que nos imponen los criminales, es tanto o más malvado que ellos.

Esas circunstancias y no otras, me obligan a manifestarle y pedirle, señor Presidente, que entregue su mejor esfuerzo y busque a los ecuatorianos más eficientes, para lograr la seguridad de nuestro país. Que con esa finalidad convoque a los expertos más reconocidos en materia de seguridad, sin importar sus antecedentes económicos o sociales o el extracto ideológico del que proceden, sino únicamente su capacidad técnica y experiencia exitosa; y que exija la presentación, implementación y ejecución de planes y programas de lucha efectiva contra la delincuencia y la inseguridad, técnicamente diseñados; que tengan metas y objetivos tangibles y concretos, de forma tal que su cumplimiento paulatino, pero constante, pueda ser monitoreado y exigido por la ciudadanía. Si usted no hace eso, entonces me quedaré convencido que no comprendió que el único patrimonio que debe defenderse sin escatimar ningún esfuerzo es la vida, y por lo tanto, no merecerá seguir manteniendo nuestro apoyo. Ya es tiempo, señor Presidente, de decir ¡basta a la delincuencia!, y dejar presente nuestra conducta más provechosa permaneciendo firmes con mucha determinación y coraje, y de avanzar entre los obstáculos, los inconvenientes y los desengaños que nos producen los delincuentes; aferrándonos siempre a la esperanza de una vida sin barrotes, como es la que nos están condenando a vivir los funcionarios que tienen la responsabilidad de combatir a los criminales.

Me han sugerido y pedido que no envíe esta comunicación, pues su texto puede causarle molestia y entonces, como Presidente, me podría causar mucho daño; solo les he contestado que después de la muerte de mi hijo, mi muerte sería un alivio para tanto dolor. Me gustaría que el dolor sea endosable, señor Presidente, para transmitírselo por una milésima de segundo; estoy seguro que no lo soportaría, pero sí lo obligaría a pedirles a sus ministros, generales y gobernadores que den cuentas de sus inexplicables e ineficientes políticas de seguridad, y sin respuestas, tendrán que ser necesariamente reemplazados por personas con un mínimo de razón y corazón. Y luego, le pediría que me lo devuelva, pues es mi dolor, y creo que no puede ser compartido y mucho menos repetido a otra persona. Para ser digno de la memoria de mi hijo, voy a intentar llegar a los corazones de todos los ecuatorianos, porque es ahí en donde se gana este tipo de guerras tan crueles y dolorosas, porque juntos, tengo la certeza de que podremos vencer a la delincuencia evitando de esa manera que otro padre o madre llore a un hijo o un ser querido, y porque juntos también podemos exigirle a usted, señor Presidente, que impida que sus ministros y generales sigan obrando con tanta ineficiencia, dejando un muerto en cada casa. No podemos dejar pasar inadvertidamente que el 80% de los ecuatorianos vive atemorizado, que los ministros de Estado creen que la delincuencia es solo una percepción, y que apenas uno de cada cien crímenes es resuelto por la Policía; lo que me lleva a la casi completa certeza de que en mi caso, se ratificará esta cruel y desoladora estadística. Si alguna persona que ha perdido a un ser querido desea comunicarse para expandir esta guerra de amor a través de los corazones, o simplemente formar un grupo de apoyo, hágalo avicentesarmientoa@hotmail.com

Vicente Sarmiento,
doctor, Guayaquil

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